Aquellos que creemos y luchamos por un futuro más sostenible, de la misma forma que amamos tanto la ciencia como para dedicar nuestra vida a ella, nos sentimos especialmente gratificados cuando recibimos la noticia de que la Dr. Sylvia A. Earle recibiría este año 2018 el Premio Princesa de Asturias de la Concordia.

Muchos recordamos aquellas clases de oceanografía o ecosistemas acuáticos en la facultad, en las que la presencia de la Dr. Earle era prácticamente una constante, bien a través de sus publicaciones científicas, o a través de sus insuperables reportajes oceánicos.
Lo cierto es que, a través de su carrera, ha logrado ocupar un puesto de honor en un mundo tradicionalmente dominado por el género masculino, junto a grandes personajes como Jacques Yves Custeau.
“La dama de las profundidades”, como ha sido reconocida, es natural de Gibbstown, una localidad perteneciente al condado de Gloucester, Nueva Jersey, donde vino al mundo en el año 1935. Su infancia transcurrió en un periodo marcado por el belicismo global y con un país al borde de su entrada en el segundo gran conflicto mundial. En 1948, descubrió su vocación por el mar cuando su familia se trasladó a Clearwater, Florida, donde recibió sus primeras sesiones de buceo. “Mi patio trasero era el Golfo de México. Ahí fue donde me enamoré del océano. Podía verlo, oírlo, olerlo, tocarlo…”, decía en una entrevista concedida a la fundación Plastic Oceans.
Licenciada en Biología por la Universidad de Florida, centró su doctorado en botánica marina, llevando a cabo un estudio sobre las plantas del Golfo de México. En 1970, participó en el proyecto Tektite II, liderando al primer equipo de acuanautas femenino de la historia. A partir de este momento, siguió una trayectoria investigadora que la llevaría a superar las 7000 horas de inmersión, logrando un récord de inmersión en solitario a 381 m.

A raíz de este proyecto, entró a formar parte de la National Geographic Society, realizando reportajes por lugares como las Islas Galápagos, China o las Bahamas. Realizó expediciones oceánicas siguiendo la ruta de las ballenas desde Hawai a Alaska, pasando por Nueva Zelanda o las Bermudas.
En la década de los 80, fue cofundadora de Deep Ocean Engineering, empresa dedicada al diseño y desarrollo de dispositivos submarinos de exploración. Así mismo, en esta década entró a ocupar diferentes posiciones dentro de la administración presidencial de los EE.UU., centrados en la asesoría ambiental y oceánica.

Entre 1990 y 1992, estuvo al frente de la división científica de la NOAA, siendo responsable del proyecto Aqua, centrado en la vigilancia de la calidad de las aguas nacionales de EE.UU. Este proyecto fue el germen de una línea de trabajo que lograría poner en órbita varios satélites de vigilancia ambiental en la década sucesiva.
Con más de 200 publicaciones de divulgación científica, 25 doctorados honoríficos y diversos reconocimientos internacionales, esta “leyenda viva” como ha sido reconocida por la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. recibe hoy un nuevo homenaje a una vida dedicada a la protección, no sólo de los océanos, sino de la Tierra como sistema complejo y desconocido.

Un ejemplo y referente para varias generaciones de biólogos y ecólogos, que nos propone una reflexión, conectada directamente con nuestra naturaleza, más allá del desarrollo y evolución de la sociedad:
“Con cada gota de agua que tomas, cada vez que respiras, estás conectado al mar. No importa dónde vivas en el planeta”
Hace unos meses ya os adelantamos algo de esta aventurera, a través del libro ‘Intrépidas‘ escrito por nuestra colaboradora Cristina Pujol, que también firma este artículo. Así que si queréis conocer más de esta increíble aventurera, ¡no os perdáis este maravilloso libro!
Cristina Pujol
Federico Piñuela