Vivimos tiempos difíciles e inciertos, cuyas consecuencias negativas adquieren magnitud planetaria, y en los que, paradójicamente, nos piden que luchemos desde la espera. Este tiempo y espacio nuevos nos deberían llevar una reflexión profunda acerca de lo que es realmente importante como personas y como humanidad. Debemos plantearnos también lo que estamos aprendiendo durante estas semanas y el destino hacia el que nos gustaría orientar nuestros esfuerzos en los próximos meses y años como sociedad.
Estos días nos marcarán para siempre. Da qué pensar que la generación que vivió la posguerra española y también la europea, haya sido la más afectada por esta pandemia. Esa generación de mayores que ya reclamaba cambios en nuestros modelo de prestaciones sociales y asistenciales, y que ahora ha recibido un nuevo golpe. Por otro lado, los niños del llamado baby boom español, y alguna generación posterior que creció en tiempos mejores que sus padres, se han encontrado con un siglo XXI inestable y temerario. Cómo olvidar el impacto de los atentados del 11-S y tantos posteriores, la reciente crisis económica de la que el sistema aún luchaba por salir, fortaleciendo la base laboral y social, y ahora de pronto, nos vemos enfrentados a un virus global que ha desdibujado de nuevo el futuro personal y familiar. Y por último, los millenials y la generación Z, que más allá de las denominaciones, van crecido con el siglo XXI y que, aún jóvenes, sólo conocen un mundo global y tecnológico, y a la vez, incierto, vulnerable, insostenible a simple vista. Supongo que para ellos hablar ahora de futuro es como jugar a tirar los dados, sin saber qué combinación es la ganadora. Quizá se están convirtiendo en la generación más resiliente de la historia actual.
En esta situación de dificultades y de gran tristeza por cada una las muertes diarias y por todo el sufrimiento que está causando el COVID19, es momento de reflexionar, individual y colectivamente. Aprovechemos estos días para prepararnos y trabajar en el futuro inmediato, cambiando el enfoque, y en lugar de prepararnos mejor “para lo que pueda venir”, podemos tratar de cooperar para avanzar hacia dónde nos gustaría llegar como sociedad, en pos de una realidad más justa, más resiliente, más organizada y capacitada para colaborar. Y también más sostenible y en equilibrio con el medio natural, del que todos somos parte como seres vivos.
Si algo abunda en estos días son los mensajes, las palabras, los consejos, las opiniones, los artículos… Entre tanta información, en ocasiones, no da tiempo a generar conocimiento, pues éste exige mesura, contraste de ideas, debate, reflexiones, para después pasar a la acción. Por eso, desde este espacio, vamos a tratar de destacar algunos aspectos que pueden ayudar al debate en áreas concretas y clave para todos.
La Tecnología
Ha quedado demostrado que la tecnología ya jugaba un papel muy relevante en nuestra estructura económica, social y política. Ante un virus “de los antes”, no informático, las redes y sistemas de comunicación han funcionado con suficiente solvencia.
Al mismo tiempo, las empresas y trabajadores han despertado ante el reto, bien teletrabajando, o bien prestando nuevos servicios, o bien difundiendo iniciativas. La cooperación ha crecido entre todas las esferas públicas y privadas, llegando también a la ciudadanía.
Sin embargo la tecnología no lo puede todo, y en estos días lo que nos hace humanos es más necesario que nunca: comprensión, afecto, empatía, solidaridad… Ese no es un fallo del sistema, sino que debemos entender nuestro papel como personas en los días que vendrán, y hacia donde debemos dirigir los esfuerzos tecnológicos, educativos y sociales.
La Enseñanza

En este campo apreciamos otro ejemplo de cómo la tecnología se ha convertido en el medio para responder a un nuevo reto. Un sector que en muchas ocasiones ha sido objeto de críticas y también sometido a demasiados vaivenes políticos y presupuestarios, ha respondido con sus mejores recursos: el potencial humano apoyado en la tecnología.
Sin embargo, esos logros no nos deben llevar a ningún triunfalismo, la docencia presencial no es docencia online si no ha sido planificada ni estructurada para ello. Ni tampoco todos los estudiantes disponen de recursos, entornos y circunstancias adecuadas para su seguimiento y aprendizaje real. Porque en fondo, hay una parte de la docencia presencial insustituible, y son de nuevo los valores humanos. Lo que enseñamos y aprendemos más allá de los contenidos curriculares, lo que nos construye como sociedad y que afortunadamente sigue siendo parte de la labor docente en todas la edades.
Quizá el debate se haya quedado demasiado en la forma, en si volveremos a las clases, en cómo examinaremos, en las calificaciones… Y puede que estemos pasando por alto el fondo, lo que aporta la educación a una sociedad, y más aún, lo que podremos aprender de esta etapa y cómo canalizar todo ello mirando al futuro. Qué haremos cuándo arranque el próximo curso, quizá muchos estudiantes estén aprendiendo estos días de otra forma y otras competencias, y quizá esos aprendizajes sean tan necesarios, o incluso más, para los retos a abordar los próximos años. ¿Sabremos integrar lo bueno y lo malo de estos meses en la próxima educación?
La Economía
Tras la experiencia reciente, podríamos hasta asumir que debíamos estar preparados para una nueva crisis económica y, sin embargo, el reto actual va más allá de la situación vivida desde 2008. Este nuevo escenario plantea una caída increíble e inmediata de los principales indicadores económicos. A eso se une la incertidumbre de cuándo y cómo vamos a volver a lo cotidiano, a esa nueva cotidianeidad que no será la misma. Mientras, pensar en cómo el sistema económico público-privado puede soportar este impacto.
Sin duda hará falta apoyo e inversión, redefinir el sistema público, marcar los objetivos en el corto plazo para evitar la caída de tantas y tantas familias y, al mismo tiempo, saber enfocar los objetivos en el medio y largo plazo. Es el momento de valorar cómo queremos seguir creciendo, de valorar la formación y la recualificación a gran escala, de entender qué estructuras de empleo nos hacen más vulnerables y cuáles nos hacen más resistentes y con más capacidad de adaptación a la próxima realidad.
También hemos sido conscientes de pronto del impacto real de la megaglobalización, de lo frágiles que son determinados flujos de bienes y servicios, de cómo creíamos que nuestro día a día era imparable, nuestras compras, nuestros viajes, nuestro ocio, y de pronto… si la pandemia ha sido capaz de parar todo, o casi todo, merece la pena no volver repetir errores y entender que las personas somos el centro, y dar prioridad a los servicios esenciales primero.
El Medio Ambiente
Hoy el mundo se ha detenido, ha bajado las revoluciones a escala global al mínimo y ciertos indicadores negativos, como la contaminación atmosférica, han mejorado. Con alta probabilidad también habrá un descenso en las emisiones de gases de efecto invernadero este año. La cuestión que nos debemos plantear es si queremos que sólo sea un pequeño paréntesis o el principio de un cambio sistémico y global.
Hemos renunciado a mucho en pocos días, y si en lugar de volver a nuestro modelo de consumo previo optamos por avanzar hacia un nuevo modelo, más racional, más sostenible, más solidario, más sencillo, y a la vez invertimos en el futuro, seremos menos vulnerables. Si creemos en ello, hagamos entonces que la economía se reoriente, que se creen y potencien nuevas áreas y nichos de empleo con base en la sostenibilidad, que la inversión no se haga de forma indiscriminada. Que ese gran “Pacto Verde” que se ha reclamado en Europa cobre fuerza y sea nuestra próxima hoja de ruta. Ya hemos vivido estas últimas décadas de espaldas al medio ambiente, ¿no sería justo probar ahora otras opciones? Tantas voces que clamaban que no podemos luchar frente al cambio climático porque habría que pararlo todo, ¿y ahora? Olvidemos lo aprendido, lo que dábamos como inamovible, somos mucho más flexibles de lo que pensamos, mucho más creativos e innovadores, todo depende de hacia donde se dirijan los esfuerzos individuales y colectivos de ahora en adelante.
La Sociedad
Si algo debemos desaprender en este periodo es todo lo no deseado de nuestra sociedad, durante estos días los medios de comunicación y redes sociales se han convertido es un maremágnum de datos, análisis, dudas, aclaraciones, incertidumbres, falsedades, y también, afortunadamente, en un espacio para la colaboración, el apoyo, la empatía, la cercanía, el aprendizaje, la cultura y el ocio.
La historia nos ha enseñado que las situaciones difíciles, las crisis, siempre sacan lo mejor y lo peor de las personas, y que eso se refleja en la sociedad. Sin ningún rigor sociológico, yo percibo que ha sido mucho más lo bueno que lo malo, solo que lo malo, en ocasiones, siendo poco es más ruidoso, entre los millones de habitantes del país, ha sido mucha más la solidaridad y el cumplir #YoMeQuedoEnCasa que lo contrario.
Y ahora nos toca aprovechar esa fuerza, esa energía colectiva, debemos no decaer, seguir creyendo en nuestra sociedad, en su calor colectivo con los aplausos, con los mensajes de pésame en las redes sociales a personas muchas veces desconocidas, pero que logramos sacar de la estadística y al leer su historia compartida, y no dejarles en un solo un número en las noticias. Debemos aprender a dar continuidad a este pensamiento colectivo, no apagarnos cuando la pandemia vaya dándonos más espacio, al contrario, es el momento de potenciar a nuestros líderes, mujeres y hombres, que han despertado estos días, personas que nos han hecho más fuertes y que nos han de llevar a ser una sociedad mejor, en cada sector, en cada organización, en cada comunidad,…
Sin quererlo hemos tenido que aprender a desaprender entre nuestras cuatro paredes, la cuestión ahora es, ¿sabremos aprender de nuevo cuando podamos salir a la vida?
Autor:
César García
Realmente interesante. Comparto tu planteamiento. Qué sepamos aprender de la experiencia!!! Enhorabuena