La singularidad Tecnológica básicamente establece que llegará un momento en que la tecnología se desarrollará de manera tan rápida que los robots, ordenadores, máquinas, etc. serán capaces de mejorarse a si mismos y de forma recurrente, llegando a desarrollar super ordenadores o super robots que serán muy superiores a nuestra capacidad intelectual y física y posiblemente a nuestro control.

Este polémico concepto parte de una teoría muy famosa; la ley empírica conocida como Ley de Moore, propuesta en 1965, que establece que el número de transistores en un microprocesador se duplica aproximadamente cada dos años. Es decir, la capacidad de computación crece de forma exponencial. Además de más potente, la tecnología es cada vez más barata. Desde entonces, su predicción se viene cumpliendo con cierta exactitud y mide el acelerón tecnológico en el que vivimos inmersos, donde el silicio coloniza todos los ámbitos de la existencia.

Más allá de todo esto, el concepto de Singularidad Tecnológica (ST), defendido principalmente por el ingeniero de Google Ray Kurzweil, trata de predecir hacia donde converge este desarrollo tecnológico. Kurzweil defiende una Ley de los Rendimientos Acelerados, que viene a ser una generalización de la Ley de Moore a todas las tecnologías (Moore solo hablaba de circuitos integrados). En virtud de esta ley, la constante aceleración de la potencia tecnológica y la integración de las diferentes ramas llevarán a un punto de ruptura en la historia de la humanidad, cuando la inteligencia artificial supere a la humana. Kurzweil estima que eso ocurrirá no demasiado tarde: en el año 2045.

Elon Musk, CEO de Tesla y Space X, es uno de las voces más sonantes alertando de este posible fenómeno. Hace unos días reflexionaba que o el ser humano se integra con las máquinas, o estará condenado a vivir en un mundo dominado por estas, donde él no tenga relevancia alguna.

En relación con esto último, existen movimientos como el transhumanista que lo que plantea es la unión entre el ser humano y las tecnologías, potenciando las capacidades que tenemos en la actualidad, y creando unos híbridos humanos – máquinas que sean mejores tanto a nivel físico como a nivel intelectual, al haber podido evolucionar algunas barreras físicas. En cierto modo, cualquier persona con un marcapasos es una versión preliminar de este concepto.

Existen detractores de este concepto, como Roger Pensore, pero la posibilidad real está muy bien fundada. Si somos capaces de crear una inteligencia artificial que sea capaz de evolucionar por sí misma, la posibilidad cobrará fuerza. En el mundo físico, la evolución lleva mucho tiempo, ya que necesita de la procreación y sus tiempos para que haya errores en las copias o mutaciones que se puedan transmitir hereditariamente. En un mundo virtual, los límites físicos (casi) desaparecen, por lo que la evolución puede suceder a un ritmo enormemente mayor. De hecho, los algoritmos genéticos se sirven de esta ausencia de límite.

Una vez la inteligencia artificial nos supere, ella misma podría dar el salto al mundo físico, construyendo robots o, por qué no, seres vivos, a partir de manipulación química, luego orgánica y finalmente genética. De hecho, no podemos demonstrar que nuestra vida o la vida de este planeta (que al final es la única que conocemos) no haya sido ya creada por un organismo artificial (o que fue artificial) en el pasado.

Es muy difícil saber cuando llegará este momento (o si realmente llegará) y las implicaciones que realmente tendrá de cara a la humanidad, pero lo que está claro es que el avance exponencial de las tecnologías y la combinación de las mismas cambiará nuestra realidad tal y como la conocemos hoy en día.

Vía: ElPaís

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